Mis queridos lectores, de vez en cuando iré publicando aquí artículos de mi serie favorita: LAS HISTORIAS BÍBLICAS QUE NO CONOCÍAS. Desde luego, no tengo duda alguna de que la mayoría de mis lectores han estudiado la Biblia durante mucho tiempo, y conocen la Biblia muy bien. A pesar de todo, tengo confianza respecto al título de esta serie. Cuando empezamos a leer nuestra Biblia en hebreo (o al menos entendiendo algo de hebreo) se empieza a descubrir, a desenterrar algunas piedras preciosas de la Escritura hebrea que se han perdido completamente con la traducción. Algunas veces, estas joyas nos proporcionan un nuevo punto de vista en historias bien conocidas; algunas veces nos cambian completamente el conocimiento tradicional de la historia. Hace años, cuando por primera vez leí en la Torá la porción de Noé en hebreo, tuve que revisar varias veces entre el hebreo y la traducción para asegurarme de que estaba leyendo los mismos capítulos –me pareció una historia completamente distinta–. Hay muchas historias parecidas en la Torá –cuando las leemos en hebreo parecen casi irreconocibles–. Y no solo hablo sobre esas porciones de la Escritura, donde todos saben que si lo volvemos a leer en hebreo, definitivamente nos ayudaría y aportaría más claridad. No, hablo sobre historias donde el lector está completamente inconsciente de las cosas que se pierde por culpa de la traducción. Ya he compartido algunos de esos ejemplos y “descubriremos” otra de esas historias.
En Génesis 33, después del sorprendente encuentro con su hermano Esaú –un encuentro que fue mucho mejor de lo que cualquiera hubiese esperado– Jacob le dice unas palabras extrañas a Esaú: para él, ver la cara de Esaú fue “como ver el rostro de Dios” –רָאִיתִי פָנֶיךָ כִּרְאֹת פְּנֵי אֱלֹהִים–. Esta frase viene al final de su encuentro, cuando el peligro ya ha pasado, y deja al lector confuso y perplejo: ¿Por qué Jacob había dicho eso? ¿Era una pura adulación, o había algo más?
En inglés, estas palabras son algo inesperadas. Sin embargo, en hebreo la idea de panim (“rostro”) ciertamente es uno de los motivos principales en toda la narrativa del retorno de Jacob a la Tierra. La raíz פָּנִים (panim) y las palabras derivadas de esta raíz, aparecen muchas veces en los versículos hebreos anteriores al encuentro entre los hermanos (Génesis 32:17-21). Para que podamos entender la diferencia entre el texto en hebreo y en inglés, leemos por ejemplo, Génesis 32:20, “…Apaciguaré su ira con el presente que va delante de mí, y después veré su rostro; quizá le seré acepto”. La palabra “rostro” no se usa en esta traducción[1] ni una sola vez (y en muchas otras tampoco), mientras que en hebreo, en este versículo solo, la palabra panim aparece cuatro veces. Esto forma un caso y nos prepara para el nombre de Peniel (פְּנִיאֵל) –“rostro de Dios”– el lugar de la batalla donde Jacob luchó en un encuentro con Dios. Fue en Peniel, donde Jacob vio a Dios “cara a cara” (de ahí el nombre del lugar); y fue allí, en Peniel, donde no solo Jacob cambió de nombre, sino también su corazón fue cambiado. Esta es la causa de por qué este fatal encuentro entre los hermanos llegó a ser completamente diferente de lo que cualquiera hubiese pensado: Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron.[2] Casi no hay duda de que no era el plan original de Esaú. Esaú se acercaba a Jacob con 400 hombres y realmente ello no transmitía sus pacíficas intenciones: uno no necesita 400 hombres para llorar sobre el hombro de su hermano. Sin embargo, todo cambió en un segundo –y el cambio sucedió porque fue a Israel y no a Jacob, a quien Esaú encontró–. Esaú esperaba ver al hermano arrogante y autosuficiente que siempre le había mirado por encima –en su lugar vio al hombre humilde, se acercaba cojeando arrepentido, y se inclinaba humildemente ante él–. El cambio fue drástico y Esaú percibió ese cambio inmediatamente y corrió a besar a su “nuevo” hermano.
Pero hay algo más que podemos ver en la historia de Jacob cuando leemos en hebreo. Probablemente recordarán uno de los encuentros más famosos con Dios, en la Biblia –“la escalera de Jacob”– el sueño de Jacob en su camino desde Beerseba a Haram. Regresemos a Génesis 28. Si leemos este capítulo en hebreo, descubriremos que la mayoría de las veces, igual que la palabra “rostro” aparece en el capítulo 33, el término מָקוֹם (makom) “lugar” aparece aquí en el capítulo 28. Recuerden, aquí Jacob está a punto de abandonar la Tierra en su camino al exilio. Este encuentro con Dios en sueños, sucedió probablemente durante su última noche en la Tierra, y hasta donde sabemos, esta fue la primera vez que Dios le habló personalmente. Cuando Jacob despertó de su sueño, pensó: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”.[3] Así pues, vemos claramente que este encuentro que cambia la vida, y todo el concepto nuevo de Jacob sobre Dios, está conectado a este lugar.
Han pasado veinte años y muchas cosas han sucedido durante esos años, han ocurrido muchos cambios. Ahora, Jacob es un gran hombre bendecido por Dios con la bendición de Abraham; es padre de una familia numerosa y está regresando a la Tierra. Al final del capítulo 32, está a punto de entrar a la Tierra, -entonces, en su última noche fuera de la Tierra-, él tiene este maravilloso encuentro con Dios (a propósito, así como su sueño hace veinte años, este encuentro es absolutamente único en toda la Biblia). Por la mañana, “llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”.[4]
Estos dos encuentros con Dios –cuando Jacob abandona el país y cuando regresa– forman una inclusión literaria peculiar: todo lo que le sucede a él en el exilio, ocurre entre estos dos encuentros. Sin embargo, no es tan solo una línea recta entre esos dos encuentros: en ese “paréntesis” divino vemos este hermoso progreso que no debemos perder –el progreso de la fe de Jacob; el progreso de su conocimiento de Dios; el progreso de la revelación–: del lugar de Dios al rostro de Dios.
A Jaco le llevó veinte años, pero finalmente, él vio a Dios cara a cara –y es solo después de ver a Dios cara a cara, que Jacob se vuelve verdaderamente humilde y se arrepiente–. Sin ninguna duda, Jacob había cambiado durante todos esos años; sin embargo, solo fue transformado completamente al ver el rostro de Dios en Peniel, –del lugar de Dios al rostro de Dios–. Solo después de eso, fue capaz de reconciliarse con su enemigo/hermano –solo después de ver el rostro de Dios en Esaú–. רָאִיתִי פָנֶיךָ כִּרְאֹת פְּנֵי אֱלֹהִים.
Si estos artículos les abre el apetito por descubrir los tesoros escondidos de la Biblia hebrea, estaría muy feliz de proporcionarles más información (y también un descuento) sobre los cursos de eTeacher.
[1] NVI
[2] Génesis 33:4
[3] Génesis 28:16,17
[4] Génesis 32:30


