¿Cuándo entró Jesús a Jerusalén?
Los cristianos de todo el mundo saben que con el Domingo de Ramos empieza la Semana Santa. Pero ¿sabes por qué Jesús entró a Jerusalén ese domingo en particular? Podemos encontrar una respuesta en los primeros versículos de Éxodo 12. En el principio del capítulo, Dios ordenó que el cordero que debía ser sacrificado en la víspera del éxodo, debía ser apartado con cuatro días de antelación:
Entonces él y su vecino inmediato a su casa tomarán uno según el número de las personas; conforme al comer de cada hombre, haréis la cuenta sobre el cordero…
El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras.
Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tarde.[1]
Así pues, sabemos por el libro de Éxodo que el 10 de Nisan, el Cordero Pascual era escogido y separado y las preparaciones comenzaban con la inmolación. Por esa razón, Jesús debía entrar a Jerusalén ese mismo día, el diez de Nisan –el mismo día en que el cordero sin defecto alguno, era seleccionado y puesto aparte–. Según los Evangelios Sinópticos, Jesús fue arrestado el jueves, el día catorce de ese mes, en vísperas de la Pascua; cuatro días antes, el Domingo, el decimo día del mes, Él entró a Jerusalén y empezó los preparativos para Su sacrificio, para así convertirse en el Cordero Pascual el catorce de Nisan. Los Evangelios muestran clara y convincentemente, que todo lo que le sucedió a Jesús, cumplió con el escenario preparado por Dios durante el periodo del Éxodo.
Las lágrimas de Jesús
Sin embargo, antes de Su entrada a Jerusalén, algo muy importante le sucedió a Jesús: algo que sin duda pertenece a Su sufrimiento, a Su agonía, a Su dolor –y en ese sentido, también pertenece a Su semana de Pasión, aunque sucede antes de esa misma semana–. ¿A qué nos referimos? En Lucas 19 leemos que cuando Jesús estaba llegando a Jerusalén: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: !!Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación”.[2] Este episodio a menudo es pasado por alto, o bien, olvidado, sin embargo es de vital importancia para los que queremos saber el estado de Su corazón. ¿Recuerdas cuántas veces lloró Jesús en los Evangelios? Hace años, mi libro sobre las lágrimas de Dios por el sufrimiento de Israel (“If you are the Son of God…”) comenzó con la evidencia (revelación) de este obvio y simple hecho que anteriormente nunca había considerado: en todo el Nuevo Testamento, Jesús solo lloró dos veces –una, sobre Jerusalén y otra, sobre Lázaro– (“Jesús lloró”[3]). No hay coincidencias en la Palabra de Dios, por lo tanto, es importante ver estas escenas junto con otras, y las lecciones para ser aprendidas de esta yuxtaposición, son inmensamente profundas. Desde luego, es imposible cubrirlo todo con un solo post –en mi libro tengo todo un capítulo sobre esta yuxtaposición– por lo tanto, para nosotros es esencial no pasar por alto esta escena: Sabiendo que Él vino no solo para Su propio sufrimiento, sino también para el sufrimiento de Su propio pueblo, para convertirlos en “enemigos por causa de vosotros” –Jesús lloró abiertamente sobre todo el tormento que se desataría sobre Israel por causa de Su nombre–.
El hombre del cántaro
En Mateo 21, vemos a Jesús con sus discípulos llegando a la Ciudad Santa. Jerusalén parecía un enjambre con mucha gente que había acudido para la Pascua. Cada casa tenía huéspedes adicionales, cada habitación estaba llena, aún y así, Jesús parecía estar extrañamente despreocupado sobre el lugar donde tendrían la comida de Pascua. En confianza, les dice a Sus discípulos: “He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare”.[4] ¿Cómo sabía Jesús que ellos encontrarían a un hombre con un cántaro de agua? Un hombre cargado con un cántaro de agua no se veía como cosa normal, ordinariamente era un trabajo de mujeres. ¿Por qué un hombre tenía que cargar con un cántaro en Jerusalén?
El único grupo de judíos que tradicionalmente cargaba cántaros de agua eran los esenios. Ya que la mayoría de los esenios eran célibes, los hombres hacían el trabajo de las mujeres. Por lo tanto, solo podía ser un esenio, un hombre cargando un cántaro de agua. Los esenios tenían sus comunidades, no solo en Qumran, sino en varios pueblos. También tenían una comunidad en Jerusalén. Josefo nos dice que una de las puertas de Jerusalén se llamaba “La Puerta de los Esenios”. Aparentemente, esta era la puerta por donde ellos entraban a Jerusalén, y por las palabras de Jesús, sus discípulos debían entrar a la ciudad por la puerta de los esenios. También, ya que los esenios tenían un calendario diferente, sus habitaciones para huéspedes todavía estaban disponibles. Por eso el Maestro sabía que había un lugar disponible para la Última Cena.
¿Qué gritó la gente de Jerusalén?
Sabemos que cuando Jesús entró a Jerusalén, “la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo:
“¡Hosanna al Hijo de David!
‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’
¡Hosanna en las alturas!”[5]
¿Cuál es el significado de estas palabras en hebreo? ¿Qué pensó y entendió la gente de Jerusalén sobre Jesús, para hacerles gritar esta Escritura en particular?
Supongo que la mayoría de mis lectores saben que la palabra “Hosanna” es traducida del hebreo Hoshia Na (הֹושִׁיעָה נָּא -Literalmente: “salva, por favor”) y que estas palabras son tomadas del Salmo 118:25: Oh Jehová, sálvanos ahora, te ruego אָנָּא יְהוָה הֹושִׁיעָה נָּא
Lo que sin embargo, puede que no sepas, es que el Salmo 118 es uno de los seis Salmos (113-118) de los llamados Hallel (Alabanza en hebreo), los cantos de alabanza y agradecimiento. Hay ocasiones especiales cuando tenemos una obligación adicional para alabar a Dios, y en esas ocasiones especiales, recitamos Salmos especiales, como los Hallel. Según los eruditos judíos, hay diferentes temas fundamentales que distinguen los Salmos de los Hallel –y una de ellas es reconocer el origen de la salvación–. Por otra parte, sabemos que el Salmo 118 se recitaba de camino al Templo y también en el Templo, en la víspera de la Pascua, Erev Pesach, en el momento de la inmolación en el sacrificio de la Pascua (“korban Pesach”). Así pues, estas palabras del Salmo 118 no solo confirmaron que Jesús entró a Jerusalén como el ‘Último Sacrificio’ –como el Cordero Pascual– sino que también fue reconocido y aceptado como el origen de la salvación.
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[1] Éxodo 12:4-6
[2] Lucas 19:41-44
[3] Juan 11:35
[4] Lucas 22:10
[5] Mateo 21:9


